jueves, 21 de noviembre de 2013

Segundo mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo…

    ¿Es posible amar de igual manera a una persona que nos agrada y a una que nos desagrada? ¿A una que nos insulta o, a una que nos halaga? No como teoría, sino realmente, como modo de vida?  No se trata de ser hipócrita, sino de verdaderamente, sinceramente, amar  a cada ser viviente como si fuera yo. ¿Es esto posible?

    Quizá no lo sea en nuestro estado actual. Sin embargo, debemos orientarnos en esa dirección, porque nuestra felicidad, y la de los demás, depende, exclusivamente, de que lleguemos a descubrir en nuestro interior ese estado de gracia que nos permite amar a todos los seres por igual. Eso es lo único que puede acabar con el egoísmo, la prepotencia, la injusticia y todos los males de la tierra. De lo contrario seguiremos atrapados en una espiral de intolerancia, violencia y destrucción. Y no habrá otro culpable que nosotros mismos. Nos lo ha dicho Jesús, nos lo han dicho Buda, Krishna, Sai Baba, Nisargadatta, Osho, Ramana, Krishnamurti y mil sabios más. ¿Quién más tiene que decirlo para que nos lo tomemos en serio?

    Si no siento a mi prójimo como uno conmigo mismo, no puedo amarlo incondicionalmente. Lo percibiré como un potencial rival y no podré bajar la guardia porque, en el momento menos pensado, podría competir conmigo por techo, comida, pareja o cualquier otra cosa.

   El percibirse como un individuo separado en un mundo lleno de potenciales adversarios y peligros genera miedo, tensión, desasosiego; aunque uno no sea consciente de ello. Y la solución no yace en esperar que el mundo se doblegue a nuestros deseos y expectativas, sino en DESPERTAR   y darnos cuenta de que este mundo material no es todo lo que hay, sino que existe algo más, una frecuencia, una vibración sutil, mucho más maravillosa y siempre disponible, que es nuestra verdadera naturaleza. Es allí, en lo que podríamos llamar el ámbito sagrado de la existencia, donde se encuentra nuestro verdadero hogar.

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