No estamos hablando de
las mentiras piadosas con las cuales uno busca suavizar o matizar una situación
a fin de ahorrarle un sufrimiento innecesario a otra persona. Nos estamos
refiriendo a mentiras premeditadas. Aquellas que se usan para imputarle la
responsabilidad de un hecho a una persona inocente, desviando así la atención
del verdadero culpable. Esta es una actitud aborrecible, cruel, mezquina y, diametralmente
opuesta a la ley de Dios. Si somos o, hemos sido culpables de esta conducta,
debemos tratar por todos los medios de rectificar y pedir perdón a los afectados
y, en la medida de lo posible, reparar el daño hecho.
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