viernes, 22 de noviembre de 2013

¡Pongamos a Dios de moda!

    Ante el inminente colapso de nuestra  sociedad, y la muy alta probabilidad de que nuestro país se vea inmerso en una anarquía generalizada, todos estamos llamados a buscar soluciones que nos ayuden a salir de este caos antes de que sea demasiado tarde. La crisis de Venezuela es, en el fondo, una crisis espiritual. Y la receta para salir de ella ha existido siempre  pero, bien por ignorancia o bien por dejadez, no le hemos prestado  atención.

    No estamos jugando: son los mandamientos de Dios. Pregúntate: ¿Desde cuándo no repaso estos mandamientos? ¿Alguna vez me los he tomado en serio? ¿Sé lo que significan y cómo se ponen en práctica? Si cada venezolano, sin importar su religión ni tendencia política, le dedica algo de tiempo a considerar y contestar estas dos preguntas con objetividad y sinceridad, nos daremos cuenta de que hemos caído en esta situación por descuido. Hemos olvidado a Dios, sus mandamientos, sus enseñanzas… Entonces ¿De qué nos quejamos?

    Nosotros mismos hemos creado las condiciones de nuestra desdicha. Y ahora, que estamos comenzando a pagar el precio de semejante irresponsabilidad, nos preguntamos ¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo desarmar esta bomba de tiempo? ¿A quién le vamos a pedir ayuda? No nos queda más remedio que recurrir a Dios, estudiar sus mandamientos y ponerlos en práctica. Pero recurrir a Dios no quiere decir encomendarnos a Él con una oración y ya está. Quiere decir recordar sus mandamientos, estudiarlos, analizarlos, meditarlos y ponerlos en práctica.

    Tomemos 5 de los principales:


    Estos mandamientos son reglas de sentido común para vivir en santa paz los unos con los otros. Si eres un líder espiritual, un político, un estudiante o una persona de a pié, analiza cada uno de estos mandamientos con tus amigos, tus colegas, tu comunidad y trata de extraerles toda su sustancia. Haz todo lo que esté a tu alcance para divulgarlos y popularizarlos. Tenemos que darnos cuenta de que hemos perdido el norte y que hay que poner manos a la obra si queremos enderezar el rumbo y cambiar nuestro destino.

 ¿Quién en su sano juicio quiere vivir en un país destrozado, sin respeto, sin educación, sin cultura, sin bienestar social,  sin futuro? Obviamente, nadie.

    Entonces, comprometámonos  a cumplir estos mandamientos, que nos fueron dados específicamente para que estas cosas no llegaran a suceder nunca.

¡Muévete antes de que sea demasiado tarde!
Reenvía este correo, exígete a ti mismo (y a los líderes del país) su estricto cumplimiento y…
¡¡¡Pongamos a Dios de moda!!!

                                   ***

jueves, 21 de noviembre de 2013

El primer mandamiento: Amarás a Dios por sobre todas las cosas…

   
¿Qué significa esto? Resulta fácil amar a un hijo, a una esposa, una mascota etc. Son  seres tangibles que podemos ver y con los cuales podemos interactuar y comunicarnos, pero…  ¿Dios?

¿Cómo amar a Dios si no lo podemos ver, ni escuchar, ni tocar?

 “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, nos dice Jesús pero - ¿cómo poner esto en práctica?

No es tan difícil, si recordamos  que Dios está igualmente presente en todo lo que existe. No hay seres, ni cosas, ni nada que pueda existir en ausencia de esa fuerza que llamamos Dios. Dios es la vida omnipresente, homogénea, monolítica, que anima y sostiene, desde la partícula sub-atómica más pequeña, hasta el planeta más grande. Por lo tanto cada persona, cada animal, cada hoja de hierba, es una manifestación singularizada de Dios.

Si lo vemos de esta manera, veremos a Dios en todas partes. Y nos será fácil amarlo, porque todos los seres vivos estamos sujetos al sufrimiento, y agradecemos cualquier gesto de consideración, bondad, amabilidad o aprecio que se tenga con nosotros. Podemos amar a Dios amando a sus criaturas: una caricia, una palabra de aliento, una ayuda, bien sea dada o recibida, es un gesto de amor. Regar una planta sedienta, dar limosna, enseñar a un niño, acompañar al que está solo, escuchar con deleite el canto de un pájaro, es amar a Dios.

Estar agradecido por nuestra casa, nuestra familia, nuestro trabajo; por una hermosa puesta de sol, por una sonrisa, por un chiste, por un vaso de agua, es ser conscientes del amor de Dios por nosotros. Analizar y compartir la palabra de Dios también es amar a Dios.

Cuando tomamos consciencia de este intercambio de amor que fluye, de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia Dios, se establece una corriente, una relación, que se expande hasta incluirlo todo y, de la manera más maravillosa, borra la frontera que nos separa de Dios y cambia nuestra vida para siempre. Y eso es Dios: una felicidad interna, siempre presente, que no depende de nada y que no puede ser destruida.

La verdadera vida comienza cuando  Dios deja de ser una palabra y se convierte en una Realidad.

Hay tres  niveles de relación con  Dios. El primer nivel es el más superficial: Rezamos un poco (generalmente pidiendo favores), vamos a misa de vez en cuando y poco más. Las personas que están en este nivel no están realmente tomándose los mandamientos en serio, y necesitan meditar y madurar.

    El segundo nivel es cuando  anhelamos conocer a Dios de todo corazón y entregamos cada segundo de nuestras vidas  a buscarlo. Esta búsqueda puede incluir lecturas, conversaciones, meditaciones, oración, invocaciones y todo tipo de actividades que mantengan nuestro interés girando en torno Él / Ella. No lo vemos, no sentimos su presencia, pero nos entregamos a la búsqueda con todas nuestras fuerzas en la certeza de que, tarde o temprano, seremos bendecidos con una  sensación interna de felicidad que nos revelará su presencia.

    En este estado nuestras energías están orientadas hacia la bondad, la verdad,  la compasión, etc. y,  por lo tanto, es poco probable que un individuo seriamente comprometido con estos ideales vaya a poner la política por encima de su relación con Dios;  al dogmatismo y al conflicto por encima de la concordia y el entendimiento.

    El tercer nivel es cuando nos fundimos en Dios, embriagándonos  con su Amor, haciéndonos uno con Él /Ella. Nos invade la Bienaventuranza y la Gloria indescriptible del Espíritu, y es en ese estado de profunda paz que podemos, verdaderamente, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos porque, en esencia, nuestro prójimo y cada uno de nosotros somos la misma sustancia; el factor vivificador y unificador presente en cada ser, más allá de las apariencias. En este estado desaparecen el miedo y el estrés ocasionados por el sentido de separatividad,  pues la unidad  lo incluye todo y jamás puede estar en peligro.

    Llegar a vivir en este tercer nivel es el verdadero propósito de la existencia... 

Segundo mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo…

    ¿Es posible amar de igual manera a una persona que nos agrada y a una que nos desagrada? ¿A una que nos insulta o, a una que nos halaga? No como teoría, sino realmente, como modo de vida?  No se trata de ser hipócrita, sino de verdaderamente, sinceramente, amar  a cada ser viviente como si fuera yo. ¿Es esto posible?

    Quizá no lo sea en nuestro estado actual. Sin embargo, debemos orientarnos en esa dirección, porque nuestra felicidad, y la de los demás, depende, exclusivamente, de que lleguemos a descubrir en nuestro interior ese estado de gracia que nos permite amar a todos los seres por igual. Eso es lo único que puede acabar con el egoísmo, la prepotencia, la injusticia y todos los males de la tierra. De lo contrario seguiremos atrapados en una espiral de intolerancia, violencia y destrucción. Y no habrá otro culpable que nosotros mismos. Nos lo ha dicho Jesús, nos lo han dicho Buda, Krishna, Sai Baba, Nisargadatta, Osho, Ramana, Krishnamurti y mil sabios más. ¿Quién más tiene que decirlo para que nos lo tomemos en serio?

    Si no siento a mi prójimo como uno conmigo mismo, no puedo amarlo incondicionalmente. Lo percibiré como un potencial rival y no podré bajar la guardia porque, en el momento menos pensado, podría competir conmigo por techo, comida, pareja o cualquier otra cosa.

   El percibirse como un individuo separado en un mundo lleno de potenciales adversarios y peligros genera miedo, tensión, desasosiego; aunque uno no sea consciente de ello. Y la solución no yace en esperar que el mundo se doblegue a nuestros deseos y expectativas, sino en DESPERTAR   y darnos cuenta de que este mundo material no es todo lo que hay, sino que existe algo más, una frecuencia, una vibración sutil, mucho más maravillosa y siempre disponible, que es nuestra verdadera naturaleza. Es allí, en lo que podríamos llamar el ámbito sagrado de la existencia, donde se encuentra nuestro verdadero hogar.

Tercer Mandamiento: No matarás…

    ¿Te has preguntado alguna vez la verdadera razón por la cual los seres humanos estamos dispuestos a matarnos los unos a los otros? Existen muchas excusas: guerras, celos, venganza, envidia, frustración, rabia, etc., pero una sola  razón: nuestra propia infelicidad. Una persona que ama a su prójimo como a sí misma no siente el impulso de matar a nadie, sino más bien de protegerlo, cuidarlo, amarlo. De ahí que la tarea más urgente que pueda haber sea descubrir esta felicidad interna. Por eso dijo Jesús: “Amarás al Señor tu Dios con toda tu mente, todo tu corazón y toda tu alma”. Es decir que, lo primero que debemos hacer es conocer la felicidad que es Dios y, cuando lo hagamos, todas las piezas del rompecabezas encajarán en su sitio: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás os será dado por añadidura”.

    Para hacer esto necesitamos una mente en paz, pero una mente en paz no se consigue asesinando a alguien. El asesino da origen a un incendio muy difícil de apagar: el sentimiento de culpabilidad, el miedo a ser descubierto, el odio y sed de venganza de los agraviados, harán de su vida un infierno.


    Igual te pasará si impones tu criterio por la fuerza, si matas los sueños y esperanzas de tus semejantes, si ahogas su legítimo anhelo de respeto y libertad. Aquellos que tengan poder harán bien en tomar nota. Nunca es tarde para rectificar.

Cuarto mandamiento: No prestar falso testimonio ni mentir…

    No estamos hablando de las mentiras piadosas con las cuales uno busca suavizar o matizar una situación a fin de ahorrarle un sufrimiento innecesario a otra persona. Nos estamos refiriendo a mentiras premeditadas. Aquellas que se usan para imputarle la responsabilidad de un hecho a una persona inocente, desviando así la atención del verdadero culpable. Esta es una actitud aborrecible, cruel, mezquina y, diametralmente opuesta a la ley de Dios. Si somos o, hemos sido culpables de esta conducta, debemos tratar por todos los medios de rectificar y pedir perdón a los afectados y, en la medida de lo posible, reparar el daño hecho. 

Quinto mandamiento: No robarás…

    Robar es despojar  a  otro de sus pertenencias.  Cuando robamos (y esto incluye desde un hurto hasta un sofisticado desfalco a las arcas del Estado) causamos un daño terrible. No solo dejamos a mucha gente desamparada, sino que los humillamos, pisoteamos su dignidad y, despreciamos el esfuerzo que han hecho para tener mejores condiciones de vida. Al actuar de esta manera, generamos sentimientos de venganza y odio hacia nosotros y nuestras familias, lo que termina en un envenenamiento progresivo de la sociedad. Nadie en su sano juicio puede querer esto para sus hijos.

      “No le hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a ti…”
   “Dios” no tiene porqué seguir siendo una palabra vacía. Si nos esmeramos en cumplir estos mandamientos al pie de la letra, veremos cómo, poco a poco,  paso a paso, revertiremos las tendencias negativas generadas, precisamente,  por su incumplimiento, y logramos transformar el mundo en un lugar civilizado, espiritualizado y justo, donde habrá sitio para todos…